Espectáculos

Noche de voces encendidas y celestiales en el Teatro Colón – 30/05/2018

Academia Bach de Stuttgart y Cantoría Gaechinger

Solistas Miriam Feuersinger (s.), Sophie Harmsen (c.), Patrick Grahl (t.) y Tobias Berndt (b).

Teatro Colón, lunes 28. Mozarteum.

​Calificación Muy Bueno​

La Academia Bach de Stuttgart y la Cantoría Gaechinger, que en diferentes ocasiones se oyeron aquí con el director Helmuth Rilling, volvieron esta vez al Colón bajo la conducción de Hans-Christoph Rademann para la temporada del Mozarteum. El programa del lunes 28 estuvo enteramente dedicado a Bach: la Cantata BWV 21, Ich hatte viel Bekümmernis (Yo tenía gran aflicción), y el Magnificat en Re mayor, BWV 243.

La Cantata 21 es una obra en dos partes, de considerable extensión; su ejecución hace buen equilibrio con la del Magnificat. Está escrita para para tres voces solistas, y el sentimiento de aflicción a que aluden el título y el texto Bach lo introduce ya antes de las palabras del coro, por medio de la inflexión melódica y el timbre del oboe (impecable la solista Katharina Arfken).

Hector Berlioz podría haberle dedicado un pasaje a esta Cantata cuando en su Tratado, casi una metafísica de la orquestación, define el sonido particularísimo del oboe y da ejemplos de su buen uso en páginas de Gluck y de Beethoven (Berlioz consideraba que el oboe, con su candor y su gracia algo naif se prestaba a la expresión del dolor, y eventualmente también a una muy ligera agitación, pero manteniéndose a distancia de la expresión de la pasión, del heroísmo o de la cólera, ya que “su pequeña voz agridulce” se revelaría impotente para eso y caería en el ridículo).

El oboe es casi una cuarta voz en esta Cantata, y el obbligato que acompaña el aria inicial de la soprano es uno de los momentos más extraordinarios del conjunto. También lo es por un poderoso efecto mimético. Cuando introduce su primera frase (Seufer, Tränen/Lamentos, lágrimas), la voz de la soprano Miriam Feuersinger (que con alguna licencia pero con toda justicia podría traducirse como “cantante encendida”) se oye como un eco perfecto del oboe, algo que sin duda está buscado por el autor pero que ambas solistas concretan de modo admirable.

La soprano no sorprende menos en sus posteriores dúos con el bajo; ella representa el Alma y él, a Jesús. El estudioso Karl Geiringer ha notado que es un dúo de amor de naturlaeza tan sensualque en su momento debió dejar escandalizados a varios miembros de la congregación. De todas formas, Feuersinger y el bajo Tobias Berndt no cargaron demasiado las tintas en el costado casi operístico del pasaje.

Si la primera parte transcurrió en un registro general tal vez demasiado contenido, la segunda, con el Magnificat, tuvo otro voltaje emocional. Hubo una expresión más luminosa y contrastada, sin descuidar detalles sutiles y bellísimos; entre ellos el aria para sopranos I y II y contralto (Susceptit Israel), confiada a tres agrupamientos en el coro de tres voces cada uno, con las dos contraltos reforzadas por una voz de tenor, en el pasaje acaso más celestial de la velada.

La Academia Bach de Stuttgart y la Cantoría Gaechinger volverán a presentar el mismo programa Bach el lunes 4 a las 20 en el Colón.

Nota Original

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