Cultura

El Libro de la Semana: «El Periódico Martín Fierro», de Oliverio Girondo – Télam

La publicación, en 1995, por el Fondo Nacional de las Artes, de la edición facsimilar de la revista Martín Fierro, junto con la supresión del servicio militar obligatorio, son las dos razones seguras por las que el gobierno de Carlos Menem será bien recordado por la mayoría de los argentinos.

Aquella publicación, propiciada por Horacio Salas, puso en circulación, por primera vez después de 70 años, toda la materialidad del primer gran periódico de vanguardia de la Argentina. Ese que, como anotó Alfredo Weiss en 1949, para seguir con las metáforas bélicas, “organizó un golpe de Estado contra nuestras letras, desalojando a los mayores e instalándose sus miembros en los puestos de comando y en las redacciones periodísticas”.

Sobre el periódico Martín Fierro y el año 1949 versa el justiciero prólogo de Martín Greco a este volumen. Y sobre Oliverio Girondo. Financista de buena parte de los números de la revista, autor de su célebre manifiesto de 1924, propiciador de la etapa más radical e internacionalista de la publicación, en términos poéticos, teóricos y tipográficos. Y autor también, en 1949, de una “memoria” de la revista que, como bien anota Greco, debe leerse como su manifiesto retrospectivo. Como la puesta en valor de un “acto” cuyo duradero fulgor no debe ser valorado solo en los términos del presente, sino en el contexto de su emergencia. En el de los tempranos años 20 en los que Girondo percibe que “aquí no sucede nada”, que el burgués que no entiende nada, vilipendiado por Rubén Darío en el prólogo a «Prosas profanas», continúa, 30 años después, “dictando cátedra en universidades, redacciones y cafés” y que “la crítica y el público se equivocan, invariablemente, hasta cuando tienen razón”.

La memoria fue leída el 27 de octubre de 1949 en la Sociedad Argentina de Escritores, en el marco de las celebraciones por los 25 años de la publicación del primer número de la revista, que incluyeron otras conferencias y una exposición de pintores y escultores. Entre ellos, el fundamental Emilio Petorutti quien, sincrónicamente a la aparición de Martín Fierro, en 1924, realizó su primera exposición en el Salón Witcomb, de Buenos Aires, provocando una serie de reacciones no solo en los previsibles ámbitos conservadores –que siempre están a la orden del día- sino dentro de la misma Martín Fierro. Al punto que su director, el recientemente reivindicado Evar Méndez en «La ardiente aventura», un libro perfecto en términos de historiografía literaria, firmado por el mismo Greco y por Carlos García, debió ocuparse, entre los mismos martinfierristas, de dar “la batalla cubista”. Y vencer. “La exposición de Petorutti, anota Méndez, obró como enérgico revulsivo sobre la nueva generación literaria”. Y sobre ese pliegue se montó Girondo para llevar adelante su radicalización: “¡Basta de artículos funerarios y ‘de fondo’! ¡Abajo las barbas postizas y las actitudes de tenor! ¡Guerra a la sensiblería y a la solemnidad! ¡Guerra a los pesimismos llorones y a la indiferencia criminal!”.

La “turbulenta alegría” del mejor período de Martín Fierro es recuperada intacta por Girondo 25 años después, cuando recuerda haber reproducido en la revista las imágenes de “una magnífica Eva, de Lucas Cranach, una Pietà, del Greco, casi desconocida y dos esculturas precolombinas”, de las cuales “se vale” para denunciar el decorativismo y la ramplonería de las malas esculturas que infectan los paseos de Buenos Aires. Entre ellas, precisa, las de Lino Llimona y las de “nuestro gran Yrurtia”. El adjetivo, por cierto, califica el tamaño de sus obras. Algunas de las cuales («Canto al trabajo», en Paseo Colón e Independencia, en Buenos Aires, o «Moisés», en la entrada del Museo Castagnino, en Rosario) son persistentes manifestaciones conservadoras a las que deberíamos visitar cada tanto, menos para celebrar la perseverancia antivanguardista de las políticas urbanas de nuestras grandes ciudades –trascendentes a toda marca política- que para honrar la memoria de quien supo verlas como el negativo de un ideal.

En el mismo acto de 1949, cuyo programa entero reproduce el libro, en la tercera jornada, previamente a la “cena y baile” que darían cierre a la celebración, Norah Lange leyó lo que se presentó como un “discurso humorístico”, que la autora publicó más tarde en «Estimados congéneres». Entiendo que la voluntad humorística del texto, subrayada desde su título, atenta contra su delicada emergencia. Un texto muy gracioso en general no es gracioso. Pero por las dudas, Greco agrega, en la sección “Cartas” de este mismo volumen, una extraordinaria que Norah manda a sus hermanas Irma, Haydée y Chichina, fechada 6 días después de leído su discurso, para reprochar el enojo de éstas, el único disgusto de la celebración, después de “tanta tarea, y tanto cansancio, y tantos nervios” y la pena de que fueran justamente sus hermanas las que se lo ocasionaran. Porque no estaban bien ubicadas, porque se aburrieron, porque no se dieron vuelta para ver que lo divertido sucedía en el otro salón (como se dio cuenta todo el mundo), quedándose en el que estaban, con sus “caras kilométricas”. Ahí, como en casi toda su correspondencia conocida hasta ahora y en sus discursos de intimidad, emergen todo el talento perceptivo y la gracia de Lange. Como en esa otra carta dirigida a Evar Méndez y reproducida en el libro de Greco y García, en el que le cuenta que hace un par de días que vive “a fuerza de cognac” (lo que “no indica afición sino más bien dolencias de carácter aplastante”), que anda “sin empleo y rabiosa de a ratos” y que, “en último caso lo tengo al lago de Palermo –o casamiento con Borges”. Finalmente, ni suicidio palermitano ni casamiento con Borges. La gran figura femenina del martinfierrismo se casó en 1943 con Oliverio Girondo.

En la misma excelente colección de Eudeba, que dirigen José Luis de Diego y Sylvia Saítta, junto con este libro de Girondo, se publican los tres libros de poemas de Norah Lange, prologados por Tania Diz. Es Diz quien nos recuerda que Solveig Amundsen, uno de los grandes personajes de «Adán Buenosayres», la novela de Leopoldo Marechal, “una adolescente pelirroja, bella, tímida, inalcanzable” está inspirado en Norah Lange. Lo que nos recuerda, además, que buena parte de la misma novela está inspirada en el movimiento de vanguardia de los años 20 y dedicada, por si hiciera falta, “a mis camaradas martinfierristas, vivos y muertos, cada uno de los cuales bien pudo ser un héroe de esta limpia y entusiasmada historia”. La novela de Marechal se publicó en 1948, un año antes de la memoria de Girondo que se reedita ahora y de la fiesta en la que se aburrieron las hermanas de Norah Lange y debe ser leída como su justo complemento. El conjunto sigue hablando de todos nosotros.



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