Cultura

Daniel Muchiut fotografió durante 18 años a un indigente y pudo reunirlo con su familia

La vida de Oscar es la especial muestra que el fotógrafo Daniel Muchiut realiza hasta el domingo en la Fototeca Latinoamericana (FoLa). Y es uno de los trabajos fotográficos más interesantes que se vienen realizando en el país durante las últimas décadas: por su ritmo procesual, por el tipo de desarrollo que la obra le demandó y por la insistencia y posición de Muchiut, que hace base en la fotografía analógica, las cámaras de 35 mm y el revelado en blanco y negro a mano, dentro del laboratorio-taller de su casa en Chivilcoy, donde vive.

Este extensísimo foto-ensayo, compuesto por un conjunto de 85 imágenes, comenzó en 1998 y Muchiut le dio un cierre recién en 2016. Es decir, estuvo 18 años retratando a un mismo personaje, durante distintas circunstancias de vida.

Oscar se cubrió con lo que encontró y comió lo que pudo. / Daniel Muchiut

Oscar se cubrió con lo que encontró y comió lo que pudo. / Daniel Muchiut

El protagonista de las fotos, Oscar Ojeda, vivió en la calle, dentro de un auto Siam Di Tella abandonado bajo un puente en las afueras de Chivilcoy, solo, sin compañía ni familia, rodeado únicamente de sus perros; luego en un hospicio; después nuevamente en la calle, en una tapera frente a una fábrica de dulce de leche; y actualmente en un geriátrico.

La serie de fotografías monocromáticas escapan de la crudeza innecesaria que supone dar cuenta de cierto tipo de situaciones: muestran una proximidad casi íntima, humana, amable, dulce, con el retratado. Porque es fácil caer en el cliché de exponer el desamparo, lo agrio, ácido, rudo y duro de la vida de Oscar; pero no, Muchiut avanzó en esta serie por otro lado: no cayó en el lugar común.

Oscar vivía en las afueras de Chivilcoy en un Siam Di Tella destartalado. / Daniel Muchiut

Oscar vivía en las afueras de Chivilcoy en un Siam Di Tella destartalado. / Daniel Muchiut

Es posible observar un tipo de aproximación y un vínculo personal con el retratado, a través de los contrastes de las fotos. Por ejemplo: son pocas las de contraste remarcado, las de grandes saltos de valor. Por el contrario, los tonos son suaves, se deslizan, no quieren agregar dramatismo sino testimoniar, sugerir. Definen un relato que se desplaza a través de los años, marcando las transformaciones del contexto y en el propio Oscar.

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Transformaciones que son enormes. Por un lado, está el tiempo de decantación de las imágenes; la reflexión en torno a ellas y a las diversas situaciones que fue atravesando Oscar; el compromiso individual que adquirió el fotógrafo tanto con el desarrollo de la serie como con la propia vida personal del retratado; el ritmo de la ciudad, que permite todavía el largo contacto entre los seres vivos, entre los seres humanos, y puede permitir un tiempo para brindarse a otros, interesarse por los otros (algo que en las megalópolis y metrópolis como Buenos Aires escasea: este foto-ensayo no podría haber podido ser realizado en Capital Federal).

Y luego están las fotos: producciones en blanco y negro que muestran la vida cotidiana de una persona que la lucha, que busca su área de protección dentro de un mundo que le es hostil; una persona que, aún marginada, sigue teniendo un rol social en Chivilcoy, una participación dentro de la comunidad. Con una distancia pasiva y diferente, todos saben que Oscar reside allí y esperan verlo.

Oscar abraza a uno de sus perros y se confunde con él. / Daniel Muchiut

Oscar abraza a uno de sus perros y se confunde con él. / Daniel Muchiut

Pero, además, las fotografías de Muchiut tuvieron un rol fundamental en la vida de Oscar: una exposición logró que luego de 58 años el retratado volviera a reunirse con su familia, sus dos hermanos, Irma y Raúl, de los cuales había sido separado en su época de niños, cuando desde el orfanato que los alojaba fueron derivados a diferentes lugares.

“Hay un agujero en la vida de Oscar”, comenta Muchiut, “unos años en que algo le pasó, que nunca pudimos saber y que ni él mismo clarificó, luego de lo cual se convirtió en ese hombre barbudo que vivía en la calle, dentro de un auto descascarado”.

Antes de eso, Oscar llevaba lo que se reconoce como “una vida normal”: tenía una novia y trabajaba en una fábrica de ladrillos como obrero. Pero ocurrió un hecho confuso, indefinido, y desapareció del mapa. Gracias a una exposición de fotos de Muchiut, quien pudo establecer un vínculo con el protagonista de este ensayo, así como del documental que el fotógrafo realizó junto al colectivo de artistas “La confianza” (también de Chivilcoy), el fotógrafo recibió hace algunos años un llamado telefónico: era una mujer que preguntaba por Oscar y pedía más datos sobre “el hombre de la bolsa”. Se trataba de su hermana Irma que lo había buscado durante décadas. Los datos coincidieron: Oscar era el hermano del que Irma y Raúl habían sido separados cuando él tenía 5 años, Irma, 3 y Raúl, 2.

El fotógrafo captó a Oscar durante 18 años de su vida. / Daniel Muchiut

El fotógrafo captó a Oscar durante 18 años de su vida. / Daniel Muchiut

“Finalmente, Irma y Juan encontraron a Oscar hace poco”, explica el fotógrafo. “Tuvimos, por supuesto, que cambiar el final del documental. Lo vimos a Oscar sonreír por primera vez. Filmamos ese reencuentro”.

Fue una resurrección de la materia, de los espíritus, del afecto brillando, de almas nuevamente cercanas unas de otras, observándose con intriga y deliberadamente juntas. “Lo que puede hacer la fotografía… Las vueltas de la vida”, dice Muchiut. Ya sin ruinas, hubo renacimiento.

PC

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