Sociedad

El diario de Eva: ¿Soy la única mamá a la que le cuesta seguirle el ritmo a la hija?

A los dos años mi hija empezó a treparse a todo lo que encontraba en su camino. Recuerdo que muchas amigas con hijos más grandes me consolaban frente a mis energías colapsadas. Aseguraban que Eva iba a frenar su impulso hiperactivo cerca de los cinco. Me decían que esperara, que ese momento iba a llegar. 

Pero llegaron los cinco y poco cambió. Ahora no solo se trepa a todos lados, sino que también se volvió una experta en piruetas multisuperficie -durante el día- y en la capitana de la patineta eléctrica (la famosa hoverboard), por las noches. En el medio, va al jardín y hace mil deportes en los que me estoy gastando medio sueldo. Pero nada, no se cansa. Y yo, veterana de 46, vivo cansada. 

Mi mamá bromea con que tomé mucho ácido fólico durante el embarazo y que eso activó a full el sistema nervioso de mi pequeña. Yo creo que su vitalidad es la propia de las nuevas generaciones potenciada con su sangre afroargentina. Es cierto que Eva nació en la planicie porteña pero lleva en sus venas las inquietas arenas de Dakar. No hay con qué darle a la sangre.

Vuelvo con enormes ganas de verla aunque con pocas energías y ella me espera en zapatillas y con la colchoneta de la mañana lista para seguir con «el entrenamiento».

Te defino nuestra rutina en pocas palabras. A la mañana, abre los ojitos y, tras un breve intercambio de palabras, arranca con las medialunas en el piso de madera (te imaginaste la docena de panadería, no. Esas no, ¡las otras!). Ella despliega sus movimientos y yo activo la red de colchones para que no se lastime. A veces, como me fui acostumbrando, me animo a acompañarla con alguna pirueta como en mis viejas épocas. Por su cara y mi percepción, está claro que lo mío siguen siendo los libros.

Al mediodía hacemos un break. Ella va al jardín y yo a trabajar y nos reencontramos a la noche. Y ahí es cuando se me complica. Vuelvo con enormes ganas de verla aunque con pocas energías y ella me espera en zapatillas y con la colchoneta de la mañana lista para seguir con «el entrenamiento». Lo llama así.

Cenamos y volvemos con las medialunas o algún partidito de fútbol, básket o tenis de living. Suele sacarme la pelota con la misma facilidad con la que me hace goles o mete tantos. Me gana seguido, quizás porque yo estoy concentrada en que no rompa los hermosos platos en la pared que me regalaron mis viejos, sus «abuelitos».

Eva tiene un sinfín de propuestas cada noche...
Eva tiene un sinfín de propuestas cada noche…

El broche de oro suele ser una coreo en la patineta eléctrica o hoverboard que maneja como si fuesen sus pies. Es el momento en que me detengo a observar (mientras recupero algo de energía) y entro en un estado que mezcla sorpresa, orgullo e infarto. En una de las últimas noches Eva improvisó una coreo con la canción del mundial. Yo intenté subirme al aparato para hacer la mía y terminé incrustada contra una silla. 

El ciclo diario se cierra entre la 1 y las 2 de la madrugada con algún cuento inventado. Ahí bajamos y dormimos las dos cada una en su cama (¡todo un logro desde que nació!). A veces, les confieso, cabeceo yo antes que ella y esos segundos de descanso corto me ayudan a terminar la noche acariciándole los rulos hasta que ella cae fundida. La veo plácidamente dormida y me cuesta entender cómo, segundos antes, estaba saltando por toda la casa.  

La historia vuelve a empezar cuando sale el sol. Todos los días son distintos pero parecidos. Ella amanece cargada con pilas larga duración y yo, buscando «reservas de energía» en mí misma. Una de mis reservas es meditar todos los días media hora antes de que despierte. Y así arranco, arrancamos. Después, hago lo que puedo.

Los que me conocen dirán que es mi versión sin censuras y yo agrego: sí pero sin mis miedos y muy segura de su cuerpo. Los que no nos conocen dirán que es todo mi culpa y es verdad. Me cuesta ponerle límites. Me cuesta ponerle límites cuando la veo poquísimo en la semana. Nunca le pondría límites a sus alas con el riesgo, incluso, de quedarme sin una gota de energía. Es una manera de sentir que gano el tiempo que no estoy con ella y eso vale todos mis esfuerzos. 

¿Vos cómo hacés para tener energía en continuado con tu hija/o y no tirar la toalla en el intento?

(*) Valeria es periodista y autora del blog Mamás solteras… ¡Actívense!

Nota Original

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